El cambio como punto de partida

Existen momentos en la vida de cada uno en la que encontramos que es usual que se presente una “crisis”, especialmente cuando hay algún evento significativo ligado, como lo podría ser graduarse del colegio o la universidad, mudarse a una nueva ciudad, la crisis de los (inserten cualquier número acá que sea múltiplo de 10), cambiar de trabajo, o cualquier otro evento significativo para la persona. Este tipo de situaciones se presentan constantemente en nuestras vidas, situaciones que implican un cambio grande en lo que era nuestro día a día, y esto puede llegar a causar un gran sentimiento de inestabilidad en nosotros. Las rutinas que establecemos son de gran utilidad para que la vida tenga predictibilidad. Con estos cambios usualmente sucede una de dos cosas; la rutina que hemos establecido se ve obligada a cambiar, como lo sería si cambiamos de trabajo, o esos momentos de “crisis” nos llevan a considerar que las rutinas que hemos establecido no se encuentra alineadas con lo que queremos para nuestras vidas, como lo sería en el caso de la crisis de los 40. De esta manera aquellos episodios de inestabilidad vendrían siendo causa en gran parte por un cambio de algún tipo, teniendo en cuenta que ese cambio no tiene que ser tangible. Dado como hecho que estos cambios van a ser parte de nuestras vidas, y que se van a presentar en múltiples momentos a lo largo de ellas, lo sensato no sería enfocarse en evitar el cambio (cosa de la que todos hemos sido culpables), sino de poder entender mejor cómo afrontarlo. Esto no quiere decir que vaya a ser fácil, pero la idea vendría siendo que sea más ameno. 

Viktor Frankl fué un neurólogo, psiquiatra y filósofo austriaco, considerado por muchos como el padre de la logoterapia. Entre 1943 y 1945 pasó por 4 campos de concentración diferentes, el último siendo Auschwitz, y a raíz de esa experiencia escribió El Hombre en Busca de Sentido. A lo largo del libro habla de su experiencia en los campos de concentración, las dinámicas que existían, las rutinas, y lo que en su momento se convirtió en su cotidianidad. Encontrándose en uno de los lugares posiblemente con el menor grado de libertad posible, unas condiciones inhumanas, y una incertidumbre de cuánto tiempo iban a estar ahí, Frankl cae en cuenta que existe una sola libertad la cual nadie le podía quitar, la libertad de escoger cómo interpretaba su vida y la libertad de atribuirle un significado. ¿Por qué le parecía importante atribuirle un significado a su experiencia? Para sobrevivir. Él mismo dice que sin una razón para atravesar el sufrimiento que estaba viviendo, la vida en ese momento no habría valido la pena, incluso mencionando que “sufrir innecesariamente es masoquista más que heroico” (Frankl, 1946). Resulta más importante el significado que le otorgamos a la experiencia que las circunstancias en las que nos encontramos. Sería este el concepto principal de la logoterapia, que literalmente significa la terapia del significado.

El cambio es un elemento que se encuentra constantemente presente en nuestras vidas. Es un aspecto sobre el cual tenemos poco poder. Las personas crecen, las vidas se desarrollan, el tiempo pasa, y nada se queda estático. Muchos de nosotros luchamos constantemente con el objetivo de evitar que las cosas, rutinas, y demás a lo que estamos acostumbrados cambien, ya que adaptarse implica un esfuerzo y un sacrificio de ciertas comodidades. De igual manera, no tomar control sobre lo que podemos influenciar sería desaprovechar la oportunidad de incorporar ese cambio en nuestras vidas de la manera en la que más nos favorezca. El mundo es mucho más de simplemente lo que nos sucede, Frankl incluso diría que nuestras vivencias tendrían poco que ver con nuestra realidad, teniendo presente que nada sucede en un vacío, sino que cada experiencia que tenemos es en sí interpretada. Ya le damos un significado a las cosas que nos pasan, pero tal vez no se lo otorgamos de la manera más intencional posible, sino de la manera en la que estamos acostumbrados y como lo llevamos haciendo quién sabe ya por cuánto tiempo. No hay nada que mueva más a una persona que un propósito, y nada que la paralice más que la falta de este.

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