Cada día trae su afán

Cada día trae su afán. Un dicho muy común acá en Colombia, tal vez no tan popular en las nuevas generaciones, pero de igual manera tiene un mensaje que vale la pena observar. Cada uno de nosotros tiene preocupaciones, miedos y pensamientos que ponen nuestra mirada en el futuro, en los problemas que se avecinan y que parecen más inminentes de lo que son. Cada día trae su afán. Por estar rumiando sobre el futuro, dejamos a un lado lo que podemos hacer hoy, cuando en realidad lo que hacemos en el presente es lo que nos permitirá realizar nuestras metas y objetivos a mediano y largo plazo. Existen múltiples razones por las que esto sucede, pero nos vamos a enfocar principalmente en la obsesión moderna de las anomalías como regla. En la era digital en la que nos encontramos, la facilidad de acceso a la información, la posibilidad de adentrarse en la vida de los demás, y en cierta medida que los demás se encuentren adentrados en nuestras propias vidas mediante una pantalla, lleva a que nos encontremos constantemente comparándonos con los demás. La comparación con el otro no es algo nuevo, ha sido un tema presente en la literatura universal desde Otelo y El Gran Gatsby, hasta El Amor en los Tiempos del Cólera y La Casa de los Espíritus. La cuestión a abordar es la dinámica de la comparación hoy en día, cuando la línea entre lo privado y lo público se ha vuelto más difusa, y las relación entre la forma y el contenido se ha jerarquizado más.

La anomalía como regla resume la manera en la que los algoritmos de hoy en día empujan contenido a sus consumidores. No es raro ver historias de personas que han desarrollado proyectos multimillonarios desde sus habitaciones, emprendedores que perdieron todo justo antes de lograr el logro de una vida, y otros que invirtieron todos sus ahorros en su sueño sin un plan B. Es ahí donde se encuentra la desconexión entre la vida real y el contenido curado, porque no es raro ver estas historias, pero estas historias son extremadamente raras, son anomalías. Al familiarizarnos con este tipo de narrativas, nuestra percepción sobre ellas cambia, llevando a que algo que antes se veía como casos aislados se vuelva la nueva línea base. Este sesgo lleva a que las expectativas de cada persona se modifiquen, que la relación que se tiene con el trabajo cambie, y que sintamos una mayor presión por volvernos parte de esa “nueva normalidad”. Incluso, esta concepción de la anomalía como la regla se encuentra en la manera en la que todos se relacionan con sus propias redes sociales. La concepción de que lo que le demos al internet va a ser juzgado por los demás lleva a que caigamos en la conducta de tratar la anomalía como la regla en nuestras propias vidas. Los perfiles de todos presentan etapas de la vida que queremos compartir, que consideramos que valen la pena compartir; viajes, eventos importantes, logros, etc. De esta manera se genera una imagen digital de nosotros mismos donde únicamente se presenta lo bueno, lo positivo, lo que creemos que las otras personas van a encontrar agradable y/o interesante. Así, cuando vemos los perfiles de las otras personas, o cuando alguien ve el nuestro, se encuentra una compilación de los mejores momentos de cada uno, alimentando la narrativa de que esta es la normalidad en la vida del otro. Muy pocas personas, por no decir nadie, publica sus momentos más bajos, las noches de insomnio, las preocupaciones de su día a día, o la monotonía de su trabajo, pero no porque no se publique quiere decir que el otro no tiene estas experiencias. El punto tampoco es que se considere necesario comenzar a compartir estos aspectos de nuestras vidas, pero sí que comencemos a apreciar los viajes, los eventos y los logros por lo que son, anomalías.

En cuanto a la comparación, junto con la anomalía como regla, se encuentra que la forma y el contenido se ha jerarquizado en una mayor medida. Esta jerarquización le pone una mayor importancia a la manera en la que se ven las cosas, dejando en un segundo plano el trasfondo de estas. En su base esto es un problema identitario, ya que lleva a que las personas busquen ser algo, en vez de hacer algo, tarea que es considerablemente más compleja ya que la identidad es construída en gran parte por lo que hacemos. Se ha vuelto más importante ser un lector que leer libros, más importante ser un emprendedor que crear un emprendimiento, más importante ser que hacer. Al enfocarnos en categorías identitarias nos estamos enfocando en cómo queremos ser percibidos, independiente de las acciones que llevemos a cabo de manera consistente. Olvidamos que el ser es la forma, la presentación de una persona hacia sí mismo y hacia los otros, las categorías en las que encajamos con sus respectivas concepciones. Olvidamos que el hacer es el contenido, con lo que nos ocupamos en nuestro día a día, lo que nos construye y, consecuentemente, lo que nos da una identidad.

Esta es una invitación a tomar un día a la vez, ya que cada día trae su afán. Hacer algo un día no nos va a cambiar la vida, y no hacerlo tampoco. Todo lo que vale la pena toma tiempo en construir. Puede que a algunas personas les tome menos tiempo llegar al mismo punto que a otros, pero la vida no es una carrera, y no se dan premios por llegar antes que alguien más.

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